16 septiembre 2011

Los rusos y su historia

Artículo de Anatol Lieven en The National Interest.

Uno de los temas principales del Club Valdai para este año es la historia rusa del siglo XX, o más bien el periodo entre la revolución de 1917 y la muerte de Stalin en 1953. Esto forma parte de una campaña del stablishment liberal ruso que apoya al presidente Dmitri Medvedev para galvanizar las reformas rusas y romper claramente con el pasado soviético.

El recuerdo de los crímenes del stalinismo fue el acompañamiento natural de nuestro viaje en barco por el canal del mar Blanco, construído en la época de Stalin en los años 30 por prisioners políticos con un costo tremendo en sufrimiento y vidas humanas, con frío, hambre y ejecuciones masivas. Esto y muchos otros crímenes masivos cometidos en la época de Stalin y Lenin son recordados y conmemorados oficialmente solo en un grado limitado en la Rusia de hoy, aunque la mayoría de sus víctimas fueran rusos.

Este es un tema en el que los no-rusos tienen un derecho moral limitado a hablar, excepto aquellos cuyos propios compatriotas están entre las víctimas (como la matanza masiva de prisioneros polacos en Katyn), e incluso entonces, todos deben tener mucho cuidado en reconocer que fue un crimen de un estado comunista y no de un estado nacional ruso, y que una innumerable cantidad de rusos fue víctima. En Rusia, la falta de una conmemoración pública o recuerdo va más allá del stalinismo, incluso si la inmensa escala de los crímenes del estalinismo lo convierte en lo más importante de la historia moderna rusa. Los casi 2 millones de rusos muertos en la I guerra mundial tampoco han recibido un recuerdo público, a pesar de que la nostalgia del pasado prerrevolucionario es muy común, en el cine ruso contemporaneo, por ejemplo.

Incluso para muchos rusos fuertemente anticomunistas, cuyas propias familias sufrieron bajo Stalin, el pasado comunista suele ser un tema difícil, sobre todo por dos razones, que se me hicieron visibles durante la segunda parte de mi estancia, que incluyó una visita a la ciudad de Yaroslavl, donde el gobierno ruso ha organizado un forum internacional annual, que esperan convertir en la versión rusa de Davos. Mirando por la ventana del tren, una enorme estatua blanca solitaria en un bosque captó mi atención. Entonces me dí cuenta de que la estatua era de un soldado, y que detrás de ella había filas de lápidas de marmol grises, tumbas de soldados soviéticos muertos en la II guerra mundial, probablemente de un hospital militar, cuando el avance alemán fue detenido al oeste de Yaroslavl en moviembre del 41, antes de que el contraataque soviético del mes siguiente les hiciera retroceder de nuevo. El régimen que organizó la resistencia, la dirigió y salvó a Rusia de la destrucción fue por supuesto el comunista, dirigido por Stalin. Separar esta gloriosa victoria, que salvó a Rusia y Europa del nazismo, de los horribles crímenes domésticos e internacionales del stalinismo es, por decirlo de alguna manera, algo que no es fácil.

El otro motivo para ello tiene que ver con las casi cuatro décadas de régimen soviético mucho más suave posterior a la muerte de Stalin, durante el que casi dos generaciones crecieron, se casaron, tuvieron niños y que produjo la opresión gris y limitada de Brezhnev, los periodos reformistas de Kruschev y Gorbachov y la eventual destrucción del sistema por el comunista rebelde Boris Yeltsin; y por supuesto la posterior subida al poder del antiguo agente de la inteligencia soviética, Vladimir Putin.

En otras palabras, no fue en absoluto algo tan claro como la repentina ruptura alemanda con el nazismo causada por la derrota y conquista en 1945. Esta historia ha producido una situación en que los monasterios, catedrales y palacios de la época imperial restaurados, que a menudo habían sido demolidos bajo Lenin y Stalin, se encuentran en calles que se llaman “Sovietskaya” o “Andropovskaya” (que era de la provincia de Yaroslavl).

El peligro para los liberales rusos es que la denuncia de los crímenes cometidos en la época de Stalin y Lenin puede parecer, o de hecho lo es, una condena de todo el periodo soviético por el que muchos rusos sienten un elemento de nostalgia, no solo por motivos imperiales sino porque representaba una vida segura, o simplemente por el motivo humano de que era el país de su infancia y juventud. Esto puede animar a los liberales a algo a lo que son propensos, que es expresar un desdén elitista por los rusos ordinarios y por la propia Rusia como país. No soy quién para decir si esto está o no justificado. Hay algo que debería ser obvio, y se lo recordé a los liberales rusos en una conferencia en Suiza a principios del verano: hablar así de tus compatriotas no es un buen camino para ser elegido, sea en Rusia o en los Estados Unidos.

Como este enfoque no es escuchado en círculos conservadores o “estatistas”, continúa el trágico modelo de relación del siglo XIX y principios del XX entre la intelligentsia liberal y el estado, que llevó directamente a la catástrofe de 1917 y la destrucción de ambos por la revolución: básicamente se trata de dos absolutismos morales que se gritan al oído entre sí. La falta de liberales en el estado zarista empobreció al propio estado y contribuyó a sus faltas y oscurantismo, a la reacción, la innecesaria represión y la pura estupidez; pero una vez más, hay que admitir que la retórica liberal suele hacer mucho para que el estado los vea como irresponsables, antipatrióticos e indignos para servir en el gobierno.

Un historiador ruso que habló en Valdai ejemplificó este riesgo y desmostró que, piensen como piensen, muchos intelectuales liberales rusos están a considerable distancia de sus equivalentes rusos y también tienen una fuerte tendencia a sus propias formas de absolutismo intelectual. Este historiador es el editor de una serie de ensayos revisionistas de la historia rusa del siglo XX; pero su discurso produjo un fuerte daño a los historiadores occidentales presentes.

Su discurso consistió en una marcha atrás por la historia rusa hasta la edad media, identificando una serie de “errores” cruciales, sacados de su contexto histórico y presentados con falta de hechos cruciales. Por un lado es un proyecto de lo más ahistórico que puede imaginar un historiador. Por otro, equivale en su efecto a rechazar la mayor parte de la historia rusa, lo que, una vez mas, es una mala vía para que te escuchen tus compatriotas.

En lo que se refiere al gobierno ruso, lo más positivo en lo referente a la historia es su reconocimiento total y abierto de la masacre de prisioneros polacos en Katyn por orden de Stalin, que ha llevado a una mejora radical de las relaciones con Polonia. Esto ha sido posible en parte porque ambos gobiernos, el polaco y el ruso, reconocieron que en el mismo bosque también estaban enterrados miles de rusos y otras víctimas soviéticas de la represión de la policía secreta. En otras palabras, se convirtió en una denuncia del stalinismo, no en una denuncia de Rusia por Polonia.

Parece claro que Medvedev debería ir más rápido y más lejos que Putin en su denuncia de los crímenes del comunismo.En nuestro encuentro con él, el ahora primer ministro Vladimir Putin respondió de una manera bastante agresiva cuando se le preguntó por qué Lenin sigue en el mausoleo de la Plaza Roja, y preguntó al colega británico por qué hay todavía un monumento a Cromwell en las afueras del parlamento en Londres. Uno de mis colegas británicos reaccionó a esto con bastante mal humor, pero debo decir que, siendo medio irlandés y recordando los crímenes de Cromwell contra Irlanda (que hoy día sería indudablemente calificados de genocidio) veo que tiene parte de razón, salvo porque Cromwell dirigió Inglaterra hace 350 años, no hace 90.

Por un lado la respuesta de Putin refleja una tendencia rusa, comprensible pero contraproducente, a rechazar las cuestiones desagradables en vez de tenerlas en cuenta. En esta visión, Medveded, aparte de otras calidades, es de lejos mucho más diplomático. Sin embargo Putin continuó con la interesante observación de que “cuando llegue el momento, el pueblo ruso decidirá qué hacer con este tema. La historia es algo que no se puede acelerar”. La diferencia entre Putin y Medvedev es alentadora en este aspecto, porque refleja en parte el simple hecho de que Medvedev es trece años más joven.

En Yaroslavl, Medvedev habló de los inmensos cambios que ha conseguido Rusia desde el final del comunismo, y habló de la gran dificultad de explicar a su hijo de quince años, nacido en 1995, cuatro años tras la caída de la Unión Soviética, lo que era vivir bajo el comunismo, “colas en todas partes, nada en las tiendas y nada que ver en la televisión salvo los interminables discursos de los líderes del partido”.

Finalmente, la aproximación de los adolescentes rusos –los futuros adultos- a su historia será similar a la de la mayoría de los adolescentes en occidente. Por un lado es una pena, y es peligroso, porque un mayor conocimiento de la historia puede ayudar a inocularles una vacuna contra futuros errores y crímenes. Sin embargo, hablando como profesor universitario, no albergo grandes ilusiones sobre nuestra capacidad para conseguir que la mayoría de los adolescentes –rusos, americanos, británicos o marcianos- estudien historia o cualquier otra cosa.